Ciega de Amor

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Estoy casada con Joaquín hace 7 años, si es que llevo bien la cuenta. Nos conocimos en una clase baile y la pasión por el tango nos unió. Compartíamos gustos también por la literatura, la política y la buena música acompañada de un buen vino. Los primeros años juntos fueron más que un sueño; todo iba de maravilla hasta que, por mi culpa, una vez más, todo se arruinó.

La vida decidió dotarme con el magnífico don de no poder tener hijos. Aunque, en un principio Joaquín y yo tratamos hasta lo imposible, llegamos a un punto en el que simplemente nos rendimos. No queríamos nada. Me sentí inservible, creo que aún lo siento.

Desde que mis padres murieron hace dos años en un accidente automovilístico, me he vuelto un poco sensible. Mi adicción por el alcohol que sufrí en la adolescencia volvió. Mi esposo suele decir que me he vuelto loca, pero que está bien. Él es tan amable, tan gentil, que a veces siento que no lo merezco y que solo hago que pase vergüenza conmigo. He tratado de calmarme, pero pierdo la razón de vez en cuando. No sé cómo, no sé por qué.

Hemos tenido muchas peleas últimamente, creo que es por mi actitud. ¿Realmente soy tan asfixiante?  Trato de encontrar cuál es mi error para evitar desencadenar una pelea como esa última que tuvimos. Joaquín se enojó tanto que, con su fuerza, me arrojó contra la pared. Sin querer, hizo que me golpeara y me saliera sangre. Pobre, debe sentirse muy mal. No está consciente de que yo tengo toda la culpa. Yo y mi torpe insistencia de querer sentirme más cerca de él.

Definitivamente, debo quedarme callada más seguido. Le molesta la más mínima pregunta que hago. Debe sentirse tan estresado… Sale todo el día en busca de un trabajo y aún no logra conseguirlo. Algunas noches, si se encuentra de buen humor, me hace creer que me sigue amando, pero en sus abrazos siento el aroma de otra mujer. Creo que estoy exagerando esta vez: no debe ser nada.

Cada mañana, cuando volteo en la cama para verlo, nunca logro encontrarlo ahí. Siempre termino sonriéndole a la pared y deseándole buenos días. Esta mañana, Joaquín, para variar, está en el baño. Aprovecho mi entusiasmo para ir a la cocina y prepararle el desayuno. Cuando baja las escaleras y siente el aroma del tocino, se acerca con una sonrisa de oreja a oreja. Volteo con la sartén en las manos y le sirvo el desayuno. Parece que le gustó ese gesto, pues, después de varios días, siento sus labios contra los míos. No dice mucho mientras come y, al terminar se va apurado. Para mí, ese tiempo es más que suficiente para observar su rostro con pequeñas líneas de expresión que me cuentan que los años no pasan en vano.

Es muy fácil poder pensar para mí, pues tengo todo el día a solas en este departamento que ya no se siente para nada acogedor. He tomado el computador y, por primera vez, lo he usado para algo útil. He decidido buscar en Internet una alternativa para asistir a una terapia de pareja. De verdad, quiero que las cosas con Joaquín funcionen y ese nuevo aroma en sus camisas me ha puesto en alerta.

En nuestra habitación, no quedan más que viejas fotografías de nuestros viajes juntos porque soñábamos con comernos el mundo. El mundo era nuestro. Ahora no tenemos ni una foto juntos, ni en su torpe celular que suena todo el tiempo. ¿Su celular? ¡Joaquín ha dejado su celular en la casa! Veo ese pequeño aparato negro en su mesa de noche y no dudo ni un segundo en agarrarlo. La curiosidad me ha ganado: no le doy más vueltas y prendo la pantalla. Aunque no sé cómo usar esta cosa, me las ingenio para encontrar sus mensajes. “¿Quién es Sofía?” Y “¿Por qué se mandan tantos mensajes?” son pensamientos que atraviesan mi mente.  

 “Sofía mi amor, solo las noches nos separan”. Trato de leer más mensajes, pero mis ojos se nublan con lágrimas que se niegan a salir. Mi vista ahora se ha vuelto borrosa tras casi terminarme una botella de wiskey. No lo puedo creer: el aroma que yo sentía en las camisas de Joaquín pertenecía a Sofía.

Dar la vuelta y ver todas esas fotografías que hace solo unos minutos me motivaban a buscar una solución para que mi matrimonio no se acabe, realmente me saca de mis casillas. Una a una, las voy tirando. Las cortinas, las sábanas, las toallas, todo lo que él alguna vez haya tocado, todo al piso. Los cuadros, los espejos caen junto a mí. Veo todo desmoronarse a mi alrededor.

Despierto después de unas horas o días: no lo sé. Me encuentro en un cuarto tan pequeño que siento que las paredes se cierran cada vez más. Grito con tal desesperación que llegan corriendo dos enfermeras. ¿Enfermeras? ¿Qué acaso estoy en…? Una vez más, pierdo el conocimiento, pero esta vez es por lo que me han inyectado.

¡No estoy loca!, es lo primero que digo al despertar por segunda vez en este cuarto pequeño que sigue sin ser amigable. Estoy en una cama personal: aquí no cabe Joaquín. Al pararme, siento todo el cuerpo entumecido. Un dolor punzante en la frente me hace pensar que tengo una gran herida ahí. Quiero verme al espejo, pero no hay ninguno en la habitación.

Gracias a Dios, alguien se digna a entrar al cuarto y, por fin, hablar conmigo, y es que tengo tantas preguntas. La que entra parece ser una doctora con gran experiencia. Me mira con pena como si ella también hubiera pasado por esto. Antes de que le hiciera cualquier pregunta, me dice que Joaquín está en la cárcel. En ese momento, no llego a entender que es lo que quiere decir. Pobre, lo deben estar culpando de mi torpeza. Le pido por favor que me permita ir al baño, quiero lavarme la cara y ver esta tremenda herida que siento en la frente.

Ya frente al espejo, logro ver la herida. Pero lo que más me sorprende es lo descuidada que me veo. Mi piel, mis manos, mis ojeras, mi cabello, todo mi cuerpo. Recién me doy cuenta que todo este tiempo he estado dominada por un hombre que creí amar.

Revisando otra vez la herida, logro recordar que, mientras estaba botando las fotografías luego de leer los mensajes en el celular de Joaquín, él llegó y en vez de tratar de calmarme, lo que quiso fue matarme.

Días más tarde, cuando estoy recuperándome en aquel cuarto de hospital, veo el reportaje en las noticias. Todo por fin logra encajar en su lugar.

“Hombre detenido luego de asesinar a amantes y agredir físicamente a su esposa”
“Joaquín Martínez fue detenido el pasado 7 de julio, luego de que su esposa, a quien no nombraremos para proteger su identidad, llamara al servicio policial. Ella se encontraba encerrada en el baño de su hogar cuando la policía intervino y se llevaron a su esposo. Luego de investigaciones se descubrió que este sufre de trastornos de demencia y que había asesinado a su amante y a las dos anteriores. Martínez volvió a su hogar ese fatídico día, solo para encontrar a su esposa enrabietada por el dolor de la verdad. Martínez no encontró mejor solución que matarla. Fue entonces, cuando ella se encerró en el cuarto de baño y reportó sus ataques…”

El volumen del televisor fue haciéndose cada vez más bajo hasta que ya no lograba escucharlo. Mi ritmo cardíaco aumentó tan rápidamente, que las enfermeras tuvieron que venir a asistirme. Les dije, con una sonrisa genuina en el rostro:
-“Estoy bien”
Y esta vez, después de mucho tiempo, lo dije de verdad.



QUIERO AGRADECERLE A UNA DE MIS MEJORES AMIGAS: ANALÚ, PORQUE ME AYUDÓ A TERMINAR ESTA HISTORIA, AGREGÁNDOLE ESE TOQUE QUE LA HIZO MÁS CREÍBLE Y PERFECTA.
ASÍ MISMO, QUIERO AGRADECERLE A MI AMIGO RODRIGO, POR BRINDARME SU APOYO Y, SOBRE TODO, SU LAPTOP Y CASA JUSTO EL DÍA QUE TENÍA QUE ENTREGAR ESTE TRABAJO, PUES MI LAPTOP HABÍA DEJADO DE FUNCIONAR POR ALGUNA RAZÓN MALVADA DEL DESTINO.
A AMBOS QUIERO AGRADECERLES POR CONTRIBUIR CON SUS IDEAS Y CORRECCIONES. <3

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